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Estudiantes centroamericanos en EE UU completan jornadas laborales de hasta 19 horas

“¿Qué puedo hacer? Es la vida que me ha tocado”, declara Gaspar Marcos, joven guatemalteco de 18 años que cubre jornadas laborales de hasta 19 horas para poder sostener sus estudios en Estados Unidos y ayudar a su familia.

Gaspar es uno de los 1,000 alumnos del instituto Belmont High, en el barrio de Westlake, Los Angeles, que llegaron al país provenientes de Centroamérica, la mayoría sin estar acompañados por sus padres. Se calcula que 1 de cada 4 estudiantes de este instituto tiene que trabajar para ayudar económicamente a su familia, que se quedó en sus países de origen.

“Muchos de nuestros estudiantes tienen que trabajar”, explica Kristen McGregor, directora de Belmont High. “Muchos tienen que enviar dinero a casa o pagar el alquiler. Esto va a obligar a repensar la educación en general. Claro, acuden a la escuela, ¿pero qué es lo siguiente para ellos? ¿Cómo podemos apoyarlos?”, se cuestiona Kristen.

Huérfano y abandonado

Nacido en Huehuetenango, Guatemala, cuando apenas contaba con 5 años de edad, Gaspar tuvo que afrontar la pérdida de sus padres, quienes cayeron enfermos y después murieron. A los 12 años comenzó a trabajar limpiando zapatos para poder costearse los estudios y aprender a leer y escribir en español, pues la mayoría de la población de Huehuetenango habla en el idioma chuj.

Cuando cumplió 13 años llamó a un familiar que vivía en Los Angeles y tomó la decisión de cruzar la frontera con la ayuda de un “coyote”, quien lo abandonó poco después. Tras pasar tres días perdido y sin agua en pleno desierto de Sonora, llegó a Falfurrias, Texas. Posteriormente decidió probar suerte en Los Angeles, donde escuchó del instituto Belmont High.

“Vienen aquí para conseguir una vida mejor, pero no siempre es el caso”, afirma con cierta tristeza Kristen. Muchos alumnos, reconoce, acuden a esta institución solo porque tiene la reputación de ser un centro de acogida.

Ya en Los Angeles, Gaspar encontró trabajo cosiendo ropa en una fábrica del centro de la ciudad, más tarde consiguió un puesto en un restaurante. Del poco dinero que logra reunir al mes, envía la mitad para pagar “coyote” que logró introducirlo al país.

Una luz de esperanza

Sin embargo, lo que Gaspar no descuida es su educación, pues está consciente que es lo más importante que puede conseguir para sí mismo. Incluso aunque eso le obligue a disfrutar de muy pocas horas de sueño. “Si no tienes educación, nadie te respetará. Quiero ser una buena persona, tener educación y un trabajo estable”, dice.

No obstante, la fortuna parece sonreírle, actualmente Gaspar cuenta con la ventaja de haber recibido un visado especial para inmigrantes juveniles, el cual es otorgado a jóvenes que fueron objeto de abusos o abandonados por sus padres. Eso le convierte en candidato a obtener la residencia legal en Estados Unidos, proceso que ya ha iniciado. “Quiero tener una casa, el tipo de hogar que nunca he tenido”, confiesa el joven.

 

Fuente: EFE, Los Angeles Times

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