Jason de León, profesor de antropología de la Universidad de Michigan, se encargó de realizar una investigación sobre los peligros que existen al atravesar el desierto de Sonora, y decidió compartirlos para ayudar a buscar una mejor estrategia por el bienestar de los inmigrantes indocumentados.
“Los rayos del sol te pueden cegar, debes caminar durante días bajo temperaturas de hasta 50ºC -si es verano-, o morir congelado durante el invierno, y tienes que andar por largos trayectos montañosos que son sumamente escabrosos y donde no hay ninguna ayuda si la llegas a necesitar”, expone Jason.
Se trata del trayecto que siguen los migrantes, mexicanos y centroamericanos en su mayoría, por el desierto de Sonora, uno de los más calurosos y grandes del mundo. Con un área de casi 100 mil millas cuadradas, el desierto de Sonora abarca grandes partes de Arizona y California, en el suroeste de Estados Unidos, y de Sonora, Baja California Norte y Baja California Sur, en el noroeste de México.
Además de enfrentarse con el clima, Jason también destaca la flora y fauna del lugar, “pues este es un medio ambiente donde todos los seres vivos, como cactus, escorpiones y víboras de cascabel, están allí para morderte, rasgarte o lesionarte. Y donde incluso con una brújula puedes perderte y pronto entrar en dificultades”.
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El riesgo se ha visto en aumento debido a que se han incrementado el número de patrullas fronterizas en las áreas pobladas y menos inhóspitas de la frontera, por lo que los migrantes se han visto forzados a tomar rutas más remotas y peligrosas.
“Para documentar estas experiencias primero empezamos a recoger la gran cantidad de artefactos que los migrantes dejan en el desierto, que para mí es un tipo de arqueología”, explica Jason.
De acuerdo con el antropólogo, “muchos (de los migrantes) saben lo peligroso que es (cruzar el desierto), pero dicen que no tienen otra alternativa. No pueden regresar a su país o toda su familia está en Estados Unidos”.
Para Jason, el principal problema de cruzar el desierto de Sonora es la imposibilidad que representa prepararse para un trayecto como este, pues puede llegar a ser muy accidentado.
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Como ejemplo, expone que en el 2001, una persona pasaba 2 o 3 días caminando para llegar a la frontera. “Ahora, con la construcción de vallas de vigilancia y el incremento de las patrullas fronterizas,los migrantes toman rutas que toman hasta 12 días caminando”, señala.
“Es imposible llevar suficiente agua más que para 2 días. Muchos no llevan mochilas grandes, sólo transportan unos 4 litros de agua y calzan zapatos deportivos. Nadie lleva brújula ni mapas porque si los atrapan con estos artículos, los pueden acusar de ser traficantes de personas”, indica el antropólogo.
Y advierte que “aún si llevan botas adecuadas para el camino, puedes lastimarte un tobillo o ser mordido por una víbora de cascabel. O puedes tener una enfermedad que no conocías y el desierto la agrava”.
Es por ello que el investigador espera que esta información cambie la estrategia fronteriza para mejorar la seguridad de los migrantes. “Sabemos que esta estrategia no está parando el flujo de inmigrantes. Ellos seguirán arriesgando su vida para llegar a Estados Unidos”, afirma.
Lo antes expuesto, Jason de León lo ha dejado plasmado en su libro The Land of Open Graves: Living and Dying on the Migrant Trail (“La tierra de las tumbas expuestas: vivir y morir en la ruta de los migrantes”).
Fuente: La Opinión