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Acceso Latino

Los inmigrantes mexicanos que hicieron florecer todo un distrito escolar en L.A.

Nunca pensaron el alcance que iba a tener cuando, hace 23 años el echar de menos el campo mexicano, tuvieron una brillante idea

Cuando hace más de 20 años, a dos niños inmigrantes mexicanos se les ocurrió crear un jardín de vegetales y frutas en la Escuela Intermedia Bell Gardens para sentirse cerca de la tierra que tanto extrañaban, nunca pensaron que se extenderían por todo el Distrito Escolar Unificado de Montebello.

Aunque tomó años en florecer la semilla, en la actualidad, las 28 escuelas del Distrito Escolar Unificado de Montebello tienen su propio jardín donde los estudiantes pueden cultivar.

“Entré en el sexto grado. Yo venía de San Simón, Puebla. Mis padres eran campesinos y yo desde los siete años empecé a trabajar la tierra. Al llegar aquí, Miguel Ángel Ochoa, que también venía de Puebla, y yo nos sentíamos extraños, no había nada que nos hacía sentir en casa. Allá, nuestra diversión era jugar canicas y visitar a los abuelos. Aquí todo era comer pizza y videojuegos. Así que pensamos, por qué no sembramos algo aquí”, recuerda Joaquín Olivares, ahora de 36 años y propietario de un negocio de renta de equipo para fiestas y festivales.

Los dos menores se acercaron a la profesora Eva Cup Choy a quien le tenían confianza y sentían que tenía cariño por los estudiantes.

“Usted cree, le dijimos, que nos dejen sembrar una plantitas. La profesora Cup Choy buscó ayuda pero nadie la quiso apoyar. Nos dijeron que si lo queríamos hacer, sería por nuestra cuenta. Comenzamos a plantar tomates, camotes y sandías. Con las manos escarbábamos la tierra, acarreábamos agua de los salones. Cuando ya estábamos listos para cosechar, nos vandalizaron y destruyeron el jardín. Pisotearon nuestra fruta, fue muy triste”, cuenta Olivares

Pero los vándalos no los desanimaron. “Sentíamos que si abandonábamos el jardín era abandonar nuestra raíces. Volvimos a limpiar y a sembrar”, rememora.

Para los niños migrantes, el huerto escolar era un lugar donde iban a sacar el estrés. “Sufríamos mucho bullying por no hablar inglés, y los compañeros aunque eran latinos nacidos aquí se burlaban de nosotros porque lo poco que hablábamos de inglés era con acento. El jardín se convirtió en un desahogo. Ahí nos olvidábamos del mundo y nos sentíamos cerca de la tierra”, dice Olivares.

Para Ochoa fue un tremendo choque cultural, llegar de su rancho en Puebla, México a Los Ángeles, una ciudad de “puro cemento”, dice. “El jardín se convirtió en un pedacito de tierra donde podíamos sobrellevar la nostalgia, era nuestro lugar de pertenencia, realmente maravilloso. Nos encantaba ver como una semillita se convertía en muchas frutas”, platica quien ahora ejerce como psicólogo en Reno, Nevada.

Pero regresar a su escuela, décadas después, y ver que hay jardines frutales en todas los planteles del Distrito Escolar de Montebello, lo hace sentir que cada uno, puede tener un impacto en las cosas pequeñas. “No sabíamos el alcance que iba a tener. Nos hizo inclinarnos hacia lo saludable y orgánico. Nosotros preferíamos comer un jitomate con limón que dos hamburguesas de 99 centavos en la hamburguería de la esquina”, dice.

Fuente: La Opinión.

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